Hoy visité a mi abuela, a la cuál le tengo gran admiración y estima. Con 88 años, la más grande de su familia, cuidó de sus hermanas más chicas por mucho tiempo siendo que éstas nunca se casaron, una con diabetes y sin una pierna, la otra noble pero lenta y nerviuda, las acompañó en sus enfermedades hasta su respectiva muerte. Se ha mudado de casas como de ciudades innumerables veces que ya perdió la cuenta, lo que nunca olvida es su actividad, como manejaba las cosas, como iba al mandado y cargaba todas las bolsas por su cuenta, hacía sus encargos, hacía el aseo, además de cumplir con sus obligaciones de madre, esposa y hermana, tenía amigas de cada barrio en el que vivió, siempre hizo favores a quien lo necesitara.
Doña Irene era activa y ejemplar, fuerzas le sobraban, si un hijo le llamaba para que cuidara a sus nietos ella llegaba a su casa, tomando las rutas necesarias.
A Irené la he visto llorar sólo de rabia cuando no puede caminar, cuando le duele la pierna, y maldice el día en que se quebró la cadera "pero si yo podía, y a mi nadie me paraba".
Cada visita encuentro en ella un nuevo rostro, una faceta diferente; cada visita va revelando una etapa más de su vida, en matices de amor, cansancio, amargura, sabiduría, esfuerzo, y poca paciencia. Hoy me dijo que ya quería que llegará su día, que a Dios ya se le había olvidado recogerla. Ante las réplicas de todos: "Abuela, por algo Dios te quiere aquí" "Sí, de estorbo" y se ríe, y nos hace reír.
Irene se vuelve a hacer de armas tomar, y sigue luchando, sin miedo a los peligros, por que la Doña tiene más de nueve vidas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario